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viernes, marzo 29

Los canticuentos de Charún-Illescas

En este breve artículo me gustaría hablar sobre una autora oriunda de Perú, la cual tiene una obra bastante interesante sobre el pensamiento afro en las tierras latinoamericanas, esta narradora corresponde al nombre de Lucía Charún-Illescas. Dejando de lado el tema biográfico, encontré su nombre en el artículo del costarriqueño Quince Duncan que hablaba sobre el manifiesto del “Afrorealismo”, el cual me pareció una bomba de ideas acertadas sobre el afrocentrismo ya que, a pesar de todo lo logrado, aún debe haber visibilidad dentro de una sociedad dominada por un germen hegemónico. 

La literatura “afro” está casi siempre a ras del suelo, es decir, dentro de ese cosmos hay una fuerte connotación política que invita a una reflexión social. Sin embargo, hay autoras como Charún-Illescas que tienen la capacidad de provocar un oasis de placer poético mimetizando los pensamientos con los sentimientos y a través de palabras llanas discurrir cada una de las sugerencias. Es evidente que hay una motivación de reivindicación de la memoria africana por parte de Charún en una zona donde la bilateralidad se basa en el indio y el blanco; esta discusión es muy antigua y la comunidad negra no ocupa un lugar paralelo en esta dicotomía en el territorio andino. 

Charún-Illesacas con Ángela Davis en Ghana

No obstante, la destreza de Charún hace que haya una sinfonía intercultural, no hay confrontamiento, sino un asentamiento coordinante y fluido que embriaga de subversión; estoy hablando de sus canticuentos.  El mismo nombre del género invade el ser a invocar la época de la infancia, de la inocencia, del juego, de la invención sin referentes cuadriculados, donde no existen las reglas y todos tienen oportunidad de ser el personaje que más le guste. Eso hace Charún, evoca esa dimensión lúdica y sin parámetros para deshacernos del peso de lo convencional. 

El poema “¡Ay, Niña Caramanduca!” es el ejemplo perfecto para comprender la delicadeza del formato y el trasfondo arrollador:

¡Ay, Niña Caramanduca!


María tiene en los labios un dulce canto de nana
y en las manos dos palillos que tejen alas de plata

¡Ay, niña caramanduca! ¡Ay, mi negrita valiente!
calla esa boquita de maní, cierra ese ojito de almendra

Con pedernal y azabache la frente te voy a sobar,
para que nadie te robe la voluntad de luchar

Duerme ñizca de chancaca, duerme mi ajonjolí,
con tus alas filigrana serás estrella fulgente.

Serás agua de candela, serás tierra de vendaval.
Te estoy tejiendo dos alas, dos alas de libertad.

Duerme, duerme, duerme

El poema es una bandera de identidades, un juego de dicción entre un canto de cuna y un himno de protesta que reclama un lazarillo hacia el camino de babel. 

En primer lugar, la minucia de los motes tiernos hace que el oído se deleite, pero da una vuelta de tuerca que despierta a la curiosidad al otear constituyentes como: boquita de maní, ñizca de chancaca o duerme mi ajonjolí. La narración describe a una niña con una boca redondita del color de la fibra del maní, rudeza como el ajonjolí negro y la dulzura de la chancaca. El personaje remite a otros dentro de su obra poética como la “mazamorra morada”, obviamente el uso metafórico de los alimentos alude a un campo de imágenes fácil de reconocer, así como el de los animales. El lenguaje tiene una gran carga poética que cabe resaltar, por ejemplo, el caso de chancaca que es un vocablo polimorfo porque no solo responde a esa denominación, sino a panela, raspadura, panocha, etc. Esta condición de la chancaca le otorga magnificencia a algo que se puede considerar corriente, pero es una extensión que nos reúne a todos porque está presente en la vida de cualquier persona y nos nivela en un mismo estado como ocurre con el ajonjolí o el maní

Por tanto, la niña reina del universo de las suertes, de la desestabilización tiene un cometido: bregar por un sueño que en algún momento se transformará en realidad. En la esencia del poema está la pugna, las piedras como el azabache o el pedernal remiten a esa peregrinación del pasado, el proceso de una civilización desprotegida que almacena una llamarada en su interior donde conserva sus raíces y mantiene su voluntad para no desfallecer. Cuando la autora habla de sobar la frente se refiere a la transmisión de conocimientos, la oralidad de los pueblos que se guardan en un lugar íntimo del alma, esa costumbre de manifestarse a pedir de boca de las madres, de los familiares más allegados que envuelven a sus descendientes en un caparazón para después despojarlos, ahora preparados con unas alas de filigrana hechas con los tesoros más preciados el amor y la fuerza que refulgen igual que el oro y la plata.  La niña llegará a un estadio panteísta y reunirá los cuatro elementos de la naturaleza: el agua, el fuego, la tierra y el aire. Dotada de alas será guiadora para una metamorfosis, llegará con su mensaje de libertad para todo el que tenga oído, pero primero los sueños se han de soñar y la melodía onírica se repite

Serás agua de candela, serás tierras de vendaval
Te estoy tejiendo dos alas, dos alas de libertad.
Duerme, duerme, duerme


Solange Luzuriaga

Estoy hecha de una cultura marina entre el pacífico andino y las tierras mediterráneas.Me gusta la «Bamba rebelde» de las CafeterasY creo en Ochún como en las nereidas.


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