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viernes, marzo 29

Mujer transgénero, pobre, inmigrante y negra


Hola, soy Aneiry Zapata… Y quiero hablarles de mí ser, de cómo me veía a través de los ojos de la sociedad, y de cómo ahora me amo a través de mí fuerza y realidad.

Quiero comenzar diciéndoles, que nunca comprendí o reflexioné sobre la importancia de leer sobre el feminismo, aún sabiendo que nací y crecí en una cultura y sociedad netamente machista. Pero después de un doloroso proceso en mí vida, mucho de eso que antes parecía ser insignificante, cambio en mis prioridades, y les explicaré porqué.

Por mucho tiempo creí que el racismo y el feminismo eran complejos propios de las personas. Yo nací y crecí en una comunidad negra Garífuna en Honduras, pero a los 14 años (para ser exacta) tuve que mudarme a la capital de mí país Honduras, y ahí aprendí la primer lección de mí vida: ¡SUPE QUE ERA SER NEGRO! ya que era lo único que caracterizaban de mi. En la escuela y barrio donde vivía, nunca vieron mis notas, mi talento, o cualquier otro atributo por el cual pudiese ser definida como persona, para ellos era suficiente decir “EL NEGRO” aquí y allá… . Y fue justo en ese momento de mi vida, cuándo supe que era ser negro, pero también aprendí amar y aferrarme a mí historia e identidad negra, no sólo por aquel hermoso color que de lejos se veía, sino porque al hacerlo, también reinvidicaba la dignidad humana y existencia de mí pueblo negro.

Así es cómo muchas de nosotras, nos damos cuenta, que ser negrx es una opresión social muy fuerte y un conjunto de indicadores a cumplir para no incomodar desde nuestra Negritud. De hecho resulta ser fácil quedarnos en los estándares coloridos, y ser el negro bailarín, gracioso, divertido, que a todos cae bien… El negro que calla las preguntas estúpidos, y que se guarda cada insulto racista disfrazado de «bromas» y «tratos de cariño».
Esa misma gente, es la que espera de quiénes se identifican como mujeres negras, tengan un vientre plano, caderas protuberantes y una «personalidad caliente», y los varones tengan un pene enorme y estén dispuestos a acostarse con cuánta mujer se le ponga por enfrente, porque ¡Son negras y negros! y tienen aguante. Pero para mí «desgracia», ni siquiera en los esteriotipos encajaba. En ningún caso podía cumplir con las etiquetas equivocas de la sociedad; así que durante un tiempo, estuve considerando el exilio y la invisibilidad como una opción para sobrevivir, para aceptarme y para poder SER.


Aneiry Zapata

Hoy en día, soy una mujer negra transgénero de 23 años. De 0 a 21 años viví como un hombre, escondida en un perfil externo, que en nada se vinculaba con lo que en mí interior habitaba. Y fue ahí cuando inicio el proceso más doloroso, pero al mismo tiempo, más reinvindicador y liberador de mí vida. Y en ese proceso, comprendí lo poderoso que es ser feminista.

SOY FEMINISTA y empecé mi transición de género hace 2 años, y comprendí qué era ser mujer hasta que empecé a vivir como tal.

Ahora vivo en Estados Unidos, en el estado de New York. Y aunque vivo en una enorme y multicultural ciudad, las personas que suelo ver seguido son los mismas personas de mí cultural Garífuna, con los qué conviví toda mi vida. ¡Y quien lo iba decir! yo pensé que esos hombres con los qué crecí, y que miraba tan VIRILES y MACHISTAS, no me morbosearian al verme en falda, en vestidos o en pantalones ajustados, ¡pero vaya que pensé mal! Han sido decenas y decenas de palabras acosadoras que he recibido de su parte. Mensajes y proposiciones altamente estupidas, incluso por parte de un medio pariente por la línea de padre. ¡Ni de la sangre nos salvamos!

Hasta que un día que exploté, y hablé con mi hermana mayor ( de 45 años ) le dije cómo me sentía respecto a todo y su respuesta fue: “Aneiry, ¿querías ser mujer? pues bienvenida entonces. Esto es ser mujeres, los hombres así son y muy poco podemos hacer”



Sentí odiar el mundo, pero específicamente el mundo machista. Ese que ante los ojos del mundo nos discrimina, calla, golpea, ridiculiza e incluso hasta nos asesinan. Pero en lo oculto nos acosan y pretenden hacernos su objeto sexual. Fue en este proceso de mí vida, dónde comprendí las luchas ante las que un día guardé silencio. Supe que la sociedad debía ser reformada y su re-forma debe ser HUMANA Y FEMINISTA.

Deben escuchar nuestras voces y saber el pavor que hemos sentido al tomar un taxi y sentir las miradas del taxista de deseo, o de odio. Al caminar en las calles y escuchar “los gritos de los albañiles” sea para decirnos un «piropo» o para insultarnos y agraviarnos por nuestra identidad. Sólo pónganse en su imaginario, un minuto mis zapatos, y analicen lo que implica ser MUJER-TRANSGÉNERO, ADVOCADORA LGTBI, POBRE, INMIGRANTE, y NEGRA. ¡Bueno! Creo que es mejor que se quiten los zapatos, porqué incluso a mí (que soy la hechos y dueña) me duele el día a día llevarlos puesto.

Solo me resta decirles, que yo no quiero vivir toda mi vida dándole gracias “a Dios” y a mis ancestras, porque llegué viva a casa. Tampoco agradecerle a un hombre por ser “un caballero” “un hombre diferente” y no agraviarme.

¡YA NO! Ya no quiero vivir dando gracias. Es justo que todxs seamos responsables de nuestras acciones y respetemos el derecho de todos y todas a VIVIR y SER.

Y recuerden ¡LA LUCHA PARA QUE SIRVA, DEBE SER FEMINISTA!…

Aneiry Zapata


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