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jueves, marzo 28

«El virus no discrimina» o como acabar con las reivindicaciones feministas y antirracistas

Uso de máscaras faciales como protección contra el coronavirus durante las celebraciones del Año Nuevo Chino en Londres, 26 de enero de 2020. Ph: Barry Lewis / In Pictures via Getty Images

Leo con un “ya tardaban” en el pensamiento el artículo de Juan Soto Ivars en El Confidencial donde viene a decir que todo el trabajo que hemos estado haciendo (léase feminismo, antirracismo y otros) es basura hueca y que ahora, con la crisis sanitaria galopante, se ha comprobado al fin que son paparruchas.

El texto no tiene desperdicio, y es evidente que es uno de esos panfletos que un señoro estaba deseando soltar. Ahora ha pensado que es su momento, y quiere hacer justicia contra lo que él llama populismo identitario, utilizando para ello la coartada de la crisis.

En una falsa equidistancia, alude alguna reivindicación de la extrema derecha para colar su diatriba contra el feminismo y el antirracismo. Al parecer ya no hay discriminación en este país. Ha llegado la fraternidad. Somos todos hermanos y todo va a ser maravilloso porque nos queremos.

Me viene a la mente la gente acaparando comida en los días previos a el estado de alarma, en un acto de insolidaridad suprema, y me resulta difícil creer en esa fraternidad. Por supuesto que hay mucha gente que está ayudando y que el personal sanitario está cumpliendo con su juramento hipocrático de una manera admirable, por eso se aplaude. No esperaría menos de una sociedad democrática.

Ivars afirma que “el virus no discrimina a nadie”, lo cual biológicamente quizás sea cierto. Socialmente es una falsedad del mismo tamaño que esta crisis. Todo el mundo entiende que las consecuencias económicas, sociales y laborales de esta crisis, las cuales ya estamos sufriendo, no afectan a todo el mundo por igual.

El trabajador temporal que no puede acogerse a las ayudas y ha sido fulminado de su trabajo ya está notando las consecuencias de esta crisis. Las trabajadoras del hogar ya han levantado la voz por sus tremendas condiciones de trabajo en esta situación. Este colectivo tiene una condición muy marcada por ser en prácticamente su totalidad mujeres y en su inmensa mayoría racializadas.

Las mujeres que están encerradas en casa con sus maltratadores, ahora ni siquiera tienen ese pequeño momento sin pánico que les daba las salidas de su maltratador. O los jornaleros que malviven en situación de chabolismo en Huelva o Murcia, sin contratos legales y que tendrán que vivir de la caridad, si es que esa caridad hoy alcanza para ellos. Las personas acinadas en los CIES y los encarcelados en prisiones, aterrorizados por el coronavirus, muchos de ellos con patologías previas que les hacen carne de cañón.

Sigue estando esta condición unida a la racialización y a la feminidad que nos pone en desventaja. Además, como pasó en la anterior crisis para las personas migrantes, la falta de redes sociales y familiares que ayudan a sostenernos en momentos precarios hace que cuando esto pase y estemos en el agujero económico vuelvan a ser los más vulnerables.

Y volveremos a oír los discursos de odio de “nos quitan el trabajo”. Volveremos a un paro masivo entre personas racializadas y volveremos a competir por lo poco que quede en peores condiciones.

El discurso de Ivars es la versión columna de opinión de los aplusos y jaleos que reciben los policías desde los balcones cuando le dan un bofetón a un detenido que no se había resistido. Vamos hacia eso, al chivateo, el dedo acusador y al aplauso del linchamiento. Un filósofo advertía recientemente en televisión del peligro de poner a China y su eficiencia dictatorial como ejemplo de lo que hay que hacer. Mano dura y que no proteste ni disienta nadie. Corremos peligro de ver con admiración modelos autoritarios.

Vienen malos tiempos para nuestras luchas feministas y antirracistas. En el altar del buen rollo de los balcones y la guerra contra el virus nos van a intentar desprestigiar y convertir en la imagen de la insolidaridad. Incluso se ve con cierta vergüenza tratar nuestros temas y hablar de nuestras luchas, porque no son importantes ahora. Se quieren ahogar nuestras legítimas reivindicaciones en el mar del dolor que provoca la crisis, como si mi color de piel o mi condición de mujer hubieran desaparecido de repente.

Pero no han desaparecido. Yo ahora estoy en mi casa en confinamiento, pero cuando salga a la calle todo el peso de mi racialización y mi condición femenina volverá a caer sobre mi, con la misma implacable e injusta fuerza.


Marián Cortes Owusu

Educadora. En mis ratos libres redactora en Afroféminas


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