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viernes, abril 19

Botica

Hablar con la ingeniera Cecilia Ruano, no es lo mismo que hablar con Ceci. La bibliotecaria veinteañera que, en estado de gestación pasaba las horas en la Biblioteca del maestro, cerca del parque infantil en pleno centro de Esmeraldas, devorando libros en completa soledad. El polvo y la madera bostezaban desde las 8 am a las 5 pm. Mi madre, para no bostezar con ellos y disminuir los sofocos propios de su estado, ordenaba y reordenaba las estanterías. Finalmente, vencida de esperar que alguien atraviese el umbral del establecimiento, se sentaba a disfrutar de los libros hasta marcharse.

Desde hace nueve años que nuestra comunicación se ha limitado a conversaciones largas a través del móvil; redes sociales y audios de whatsapp, en donde Cecilia, habla de los cambios climáticos abruptos después del terremoto en la zona sur de la provincia y de los peligros de una juventud sin estudios superiores en la sociedad actual. Cuando me pregunta cómo estoy y abiertamente le comento de mis dolores menstruales o de las irregularidades propias de quien posee una vagina, vuelve a ser Ceci y me receta un sinnúmero de infusiones y lavativas a base de plantas para mi cuidado personal. Enfatizando siempre en lo importante de evitar pastillas para los dolores que engañan al cuerpo, lo adormecen y sedan, pero no lo curan de “raíz”.

La última receta que me dio entró a ser una de las de cajón. No solo porque me funcionó a mí sino a todas las amigas que al igual que yo sentían los estragos postmenstruales, originados del uso de compresas y tampones; productos alteradores de la flora bacteriana y principales causantes de infecciones en el canal vaginal. Esta receta consistía en realizarse por tres días luego del periodo menstrual, tampones/óvulos a base de cristal de sábila:

—Abres la hoja de la sábila, con un cuchillo limpio extraes una parte del cristal, lo haces bolita y te lo introduces como un tampón, debes hacerlo después de bañarte, luego de esto te acuestas a dormir y en la mañana lo expulsas solo… en la primera orina del día, eso por tres días, al amanecer en el cuarto día y luego de ducharte haces una infusión de manzanilla y con la ayuda de un irrigador o pera vaginal te lavas por dentro y salen todos los residuo.

Menciona entusiasmada al otro lado del teléfono. Su voz y acento esmeraldeño se mezcla con el sonido del teclado de su oficina en el Ministerio de Ambiente, donde escribe largos informes técnicos sobre catástrofes que atañen a animales de la zona costera de la ciudad.

Cuando niña, la casa de mis abuelos estaba llena siempre, ya sea por festividades o cenas casuales. Estas reuniones eran realizadas cuando el abuelo volvía de la finca, al norte de Esmeraldas (La Tolita de los Ruano), cargado de frutas y animales para comercializar, pero también para el consumo de todos los que habitábamos la casona Ruano Montaño. Cuando niña estaba convencida de que los velorios y sepelios eran otras festividades. Gente y bebidas aromáticas calientes, familiares llegadas de todos los puntos del país y de Colombia, primos nuevos que vería en esa ocasión, y que por supuesto no los volvería a ver jamás. Conversaciones y juegos en el patio con niños y ya no con las guayabas, una especie de carnaval en torno a un muerto.

Precisamente en una de esas reuniones, uno de mis tíos lejanos, Aquilino (nombre que menciono porque todavía me causa muchísima gracia) sacó de un maletín una foto. En ella se veían las calles aledañas al cementerio de la ciudad atascada de personas, en su mayoría negras. Cientos de humanos llorando desconsoladamente; brazos elevados en signo de plegarias, manos en los rostros y llantos que también parecían a ratos carcajadas… la gente negra ríe y llora con la misma fuerza, como si la alegría y la tristeza estuvieran hermanadas por un cordón único e indivisible.

—Esta foto la tomó el finado Cuero en el entierro de la Mama Doma… la mujer más querida… esa señora fue un milagro, sus manos fueron un verdadero milagro — Ceci toma la foto y me dice —Mira Yulita esto fue el entierro de mi Mama Doma… ella cuidó de mí… ella me salvó la vida mijita…si no fuera por ella usted no estaría aquí —.

Este nombre siempre asomaba de entre los labios de mi abuela, mi madre y mis tías; asomaban también las anécdotas de personas y multitudes enteras asegurando que la Mama Doma les salvó la vida. Cuando estaba pequeña imaginaba la figura sombría de la sala, único retrato que queda de Dominga Cuero, mi bisabuela, como una especie de Diosa capaz de salvar y arreglar cualquier situación en el mundo.

Aura Montaño, mi abuela, a diferencia de mis padres, era una creyente y practicante religiosa, excesiva y muy disciplinada. Se levantaba a las 4 AM a prender la radio donde sonaban boleros antes del noticiero, me levantaba exactamente quince minutos después y me obligaba a defecar somnolienta antes de sentarnos juntas a leer la biblia. En una de esas prácticas de defecación mañanera le pregunté que por qué en vez de rezarle a ese señor blanco y flaco no le rezábamos mejor a La Mama Doma… total, todos decían que ella hacía milagros. Mi abuela me miró intensamente y mis esfínteres se cerraron, luego rio para sí, negó con la cabeza y me llevó a la habitación a leer la biblia.

Le pregunto a Ceci por La Mama Doma y me responde como una niña de primaria cantando la lección, con una inocencia nunca antes reconocida por mí en su voz —Mi Mama Doma nació el 5 de diciembre de 1904 en la parroquia Borbón, cantón Eloy Alfaro… su nombre completo era Dominga Domitila Cuero Quintero — Y sin siquiera preguntarle me envía otra nota de voz , adjuntando lo siguiente —Para cuando una mujer tiene inflamación, se hace una agua de manzanilla con matico, una infusión… luego se cierne el agua con un trapo blanco bien esterilizado, eso se usa como ducha vaginal, regula la flora bacteriana y también ayuda a refrescar los riñones —.

La Mama Doma no solo es una figura maternal, es un referente etnomedicinal inmediato en mi madre, el solo hecho de nombrarla,el gesto mismo de la presencia de la bisabuela en alguna conversación hará surgir una receta para el cuidado femenino, las alergias, la desparasitación, el mal de ojo y el espanto. Le pregunto por la foto de Dominga, le pregunto también por las recetas, está escribiéndolas en un cuaderno para dármelas si nos vemos pronto, me dice emocionada. Sigo preguntándole datos para no adentrarme en otras preguntas fundamentales como el por qué ella y mis tías después le prohibían a mi abuela ir a partear/asistir a mujeres en labor de parto, por qué luego del divorcio de mi padre empezó a trabajar el triple, dejándose llevar por las lógicas capitalistas que antes desdeñaba. Lógicas que la obligaban a tomar pastillas de hierro y complejo B para mantenerse despierta a altas horas de la noche, porque el día no le alcanzaba para cumplir todas las tareas que requería el puesto de jefa de recursos humanos de la Dirección de Educación; con tan solo 35 años de edad y tres hijas que mantener.

II 

—Qué es lo mejor que le ha pasado a usted Yulita en estos últimos años… es difícil de responder… pero si pudieras más o menos qué sería — Me pregunta Ceci, con voz juguetona y entusiasta.

—Que vos dejes de creer en mí — Le respondo sin vacilar.

Silencio.

—Yo sí creo en usted mija pero ya no como antes —.

Insisto en que eso ha sido una de las más grandes cadenas que me he quitado, que ella no espere ya nada de su primera hija y de la mejor alumna. Le digo a mi madre que ahora recién puedo respirar de verdad.

—El agua de linaza alivia los malestares de las personas que tienen agriera (acidez estomacal) —agrega para cambiar de tema — y también limpia las vías urinarias, tomar esa agua en ayunas prepara al estómago y los jugos gástricos para la ingesta de alimentos cítricos y dañinos como el café, o el jugo de naranja en ayunas… el agua de linaza es espesa parece una baba, se puede usar también en el cabello… mi Mama Doma me ponía  eso y mentol, solo con eso me peinaba y mi cabello me llegaba a la cadera… cuando llegaban las pacientes a la casa a veces yo me tenía que esconder porque la gente con la excusa de no ojearme el pelo me lo pasaba escupiendo… a mí me daba un asco, pero antes uno no podía decirle nada a la gente mayor, era mal visto —.

Cuando tenía ocho años mis padres empezaron a llevarme a las marchas del frente proletario, de la UNE y el Partido Comunista del Ecuador, con sede en Esmeraldas. Mi tarea consistía en dar agua a los maestros que protestaban por los pagos insuficientes y tardíos en el magisterio. Los protestantes en huelga de hambre llevaban ya dos semanas sin comer. Mi padre y yo íbamos de un lado a otro hidratando y sirviendo aguas aromáticas a las personas, mientras mi madre hablaba con las señoras y organizaban las donaciones de productos personales que enviaban algunos camaradas para los huelguistas.

Mi padre trabajaba en la Empresa Eléctrica y tenía un sueldo bueno y estable, mi madre había pasado de la biblioteca a ser secretaria en la Dirección de Educación. Culminaba apenas su Licenciatura en Educación y estaba ya empezando la Ingeniería. En nuestra casa nunca faltaba nada, pero mis padres siempre me explicaban que todo lo que ellos y yo tenía se llamaba privilegio y que no importaba si nosotros estábamos bien, si había personas que no lo estaban, era nuestro deber tomarnos las calles, hacer algo. Pero este recuerdo es corto y nimio, mis padres se fueron olvidando del comunalismo y empezaron a individualizarse de manera bestial y acelerada, como si este comportamiento perteneciera a una actitud caduca de la cual había que salir de inmediato.

Las marchas eran otros carnavales en mi niñez. En mi casa había un televisor que nadie prendía porque ellos se empeñaban en tenerme ocupada leyendo en voz alta, escribiendo o dibujando mientras mi padre escuchaba música (salsa y boleros por lo general) y mi madre cocinaba o leía acostada en una hamaca verde en la sala de un departamento de alquiler, cercano a la casona de mis abuelos. —Yu… ¿te acuerdas de algún grito de la marcha? —. Me acuerdo de todos… empezamos a canturrear.

III

Estaba la Blanca Rosa sentadita en su candela con sus dos hijas queridas Blanca Flor y Filomena con sus dos hijas queridas Blanca Flor y Filomena. De pronto pasó un soldado se enamora de una de ellas de pronto pasó un soldado y se enamora de una de ellas se casó con Blanca Flor y volvió por Filomena se casó por Blanca Flor y volvió por Filomena

Arrullo de mi infancia cantado por Noris, la niña que me crio.

Cecilia Ruanofue entregada bajo el cuidado de La Mama Doma al cumplir tres años. Había nacido con tres soplos al corazón y Aura, su madre con un trabajo de maestra rural, no podía dividirse entre los quehaceres diarios en el campo en conjunto con una hija al borde de la muerte. La Mama Doma, mujer de fe, un 3 de noviembre, día de San Martín de Porres, santo y patrono negro del norte de Esmeraldas, la ofrendó a él en pleno apogeo y celebración. Cecilia, aún después de dudar en la existencia de Dios, y de entregarse por completo a las labores capitalistas que demanda una ingeniería, sigue afirmando que ella está viva por producto de ese milagro.

—Mi abuelita me entregó un 3 de noviembre… a mí los médicos ya me habían desahuciado, porque yo no podía ni comer… mi abuelita me entregó y yo ahora puedo decir que estoy viva gracias a él y a la fe de la mama Doma —.

Hay historias que hacen que sienta una fuerza cuando miro mi niñez y la de mi madre, sin embargo, hay otras, muchas otras historias que duelen. Escribir esto es levantar una costra seca que nos atañe a todas.

Noris llegó a mi casa cuando yo tenía seis años. Ella tenía once o catorce años. En realidad, a nadie le interesaba su edad ni su pasado. Mi abuelo, César Nevil Ruano, decidió en un acto de apropiación colonialista ponerle María porque Noris era muy complejo para él. Crecí pensando que ese en realidad era su nombre, ya que la palabra de mi abuelo era la ley, todas empezaron a llamarla de esa forma. Noris cuidaba de mí como si yo hubiese crecido en sus entrañas. Me bañaba. Tengo el recuerdo de sus manos negras y ásperas, por los quehaceres que mi madre evadía, recorriendo mi cuerpo infantil con amor y paciencia. Recuerdo las historias que me contaba y las pocas memorias que tenía de su madre, que la había entregado a mi abuela con esperanzas de que ella estudiara y tuviera un mejor futuro en la ciudad. Ahora que lo pienso y lo estoy escribiendo solo puedo estremecerme de miedo.

De niña, mi cuerpo estaba en constante quiebre. Sufría de resfriados y cansancio corporal, no conforme con eso era estítica. Mis dolores por estreñimiento me causaban grandes estragos. Noris cuando llegó a mi casa me curó colocando en una paila: aceite comestible y paico, mezclaba todo hasta tener un aceite de paico y me lo frotaba en el vientre todas las noches antes de dormir. En el proceso de aplicar el paico en mi vientre, Noris cantaba un arrullo. Una canción que me daba miedo, pero que siempre me gustaba escuchar. Esta canción hablaba de una mujer que tenía dos hijas muy bellas. Un día, un soldado se enamoró de Blanca Flor, la hija mayor y, la llevó a vivir lejos de la casa materna. El soldado, volvió luego de un tiempo diciendo que Blanca Flor estaba embarazada y por ello necesitaba que Filomena, la hija menor, vaya a asistirla. La madre de la chica le dice al soldado que ella no puede ir porque está niña en doncella, refiriéndose a que es una niña virgen y que debe cuidarla. El soldado convence a la madre y Filomena es entregada a él, en mitad del camino hacia la casa el soldado decide violar a Filomena y matarla. Eso no lo dice de manera literal el arrullo, pero se entiende claramente. La canción terminaba con un grito de Noris: “El nombre de Filomena en la montaña quedó”. Toda su infancia robada y por ende la mía queda resumida en esa línea única. De alguna manera ella era Filomena, arrancada con falsas esperanzas de progreso y ayuda hacia la ciudad de Esmeraldas, obligada por comida, techo y estudio a cuidar de una hija que no había parido. Y sobre todo obligada a esperar. Esperar un futuro mejor, la síntesis que los humanos necesitan y por la cual se dejan someter. Noris/María esperando en la casona de mis abuelos un porvenir mejor para ella y los suyos.

Cuando tenía inflamada las amígdalas, Noris machacaba yantén, limón y bicarbonato, con todo eso yo hacía un enjuague bucal (gárgaras) matutinas y al cabo de unas horas disminuían la inflamación y el dolor excesivo.  Cuando me dolían los riñones hervía naranja y canela, leche con ajo y menta. Brebajes que salvaron a la niña frágil que fui.

Tengo un recuerdo de mi madre rompiendo un plato sobre la cabeza de Noris. Yo llegaba de la escuela, subí las escaleras y solo alcancé a ver el golpe. Me desmayé. Desde ese día empecé a sentir rechazo por mi madre y por todo aquel que lastimara a Noris. Sentía que yo tenía que cuidar de ella como ella había cuidado de mí. Le pregunto a mi madre por este episodio y no me responde. No insisto porque ha prometido llevarme a Colón Eloy, el pueblo de Noris. He googleado ese nombre y aparecen palmeras con cocos, ríos, canoas y negros como parte del paisaje.

Cuando cumplí trece años mis padres me sentaron en la mesa, luego de haber comido con la misma cuchara de mi tío José, el hermano de mi madre, que estaba enfermo de cáncer. Algo en mí me gritaba que dentro de esa enfermedad crecía algo innombrable. Las mujeres de la casa se encerraban en las habitaciones por largas horas a llorar y hablar en susurros. En la mesa siempre había un cuidado extraño por las cosas que tocaba él y las que tocábamos nosotras. Por ello cuando me sirvieron la sopa y no traían las cucharas, tomé la de mi tío rápidamente y empecé a comer con ella. Fingía y miraba el miedo en sus rostros.

Luego de esa cena me enteré de que mi tío tenía sida. Que se iba a morir y que yo no podía tocar nada que él tocase. Al contrario de lo dicho por mis padres, estuve pegada a mi tío todo ese último año de vida. Él había sido el tío que me enseñó a los tres años a bailar salsa, en principio contra mi voluntad y después con total aprobación y gusto mío. La salsa es el opio de los pueblos negros.

Mi tío José Ruano Montaño, murió un 4 de septiembre y fue enterrado el 5, es decir el día en que yo cumplía catorce años. Mi padre y yo vestíamos botas y camisetas negra, yo lloraba y temblaba no solo por la muerte de mi tío sino porque presentía que el caos apenas empezaba. Un par de semanas después mi madre mandó a Noris de vuelta a su pueblo porque había resultado VIH positivo. Mi tío había estado con ella y la había infectado.

Le pregunto a Cecilia si ha escuchado de esa curación haitiana de extraer la sangre de un enfermo terminal para inyectarle a un animal, entonces el animal contrae la enfermedad y el humano se cura. Cecilia dice que cómo puede ser posible que crea en esas cosas. Me confundo ya que ella jura que ha sido salvada por un santo negro, más bien, que su abuela la ofrendó a una estatua y por eso ella está salvada ¿Qué es lo raro entonces?

Le pregunto a Cecilia si no ha pensado en Noris. Ella me recuerda que cuando yo tenía 16 años Noris fue a la Clínica del IESS y yo no pude ir a verla porque rompí en llanto y empecé a temblar. Mi madre me dijo que soy débil e ingrata. Mi madre no entiende que yo perdí a mi madre a los 14 años. Tampoco se lo podría explicar.

No hay hierbas que hagan crecer en nosotras la empatía y la justicia. No hay hierbas contra el capitalismo, el dolor y el cansancio. No hay hierbas para una mujer engañada y extraída de su tierra, violada e infectada para siempre. No las hay. Mientras tanto yo tengo esta botica, legado de La Mama Doma. Legado de Noris. Legado de Cecilia Ruano y Ceci. Legado de mi abuela. Esta botica que cargo como cura amarga de lo que soy.


Yuliana Ortiz Ruano

(Esmeraldas, Ecuador, 1992) Editora y antologadora en la revista digital Cráneo de Pangea. Consta en Antología La Muchedumbre de tu Risa (Casa de la Cultura, 2014), Harawiq muestra de poesía ecuatoriana y boliviana (Murcielagario Kartonera, 2015), Memorias del recital Paralelo 0 (El Ángel, 2017), Antología Enero en la palabra (Cuzco, 2018) entre otras. Ha participado en: Festival Internacional de Poesía Enero en la Palabra (Cusco, Perú, 2016), Octava edición de Poesía en Paralelo 0 (Ecuador, 2016). FIRAL encuentro literario (Rancagua, Chile, 2016), Presentación de la colección poética El árbol migratorio (Fundación Pablo Neruda, Santiago de Chile, 2016). 23 Foro por el Fomento del Libro y la Lectura (Fundación Mempo Giardinelli, Resistencia, Argentina, 2018). Feria Internacional del Libro (Quito, Guayaquil y Cuenca). Ha publicado SOVOZ (Hanan Harawi, Todos tus crímenes quedarán impunes, co-edición peruana ecuatoriana, 2016) y Canciones desde el fin del mundo (Editorial Amauta&Yaguar, Buenos Aires, Argentina, 2018). Mención de Honor concurso Paralelo 0 2017. Textos suyos aparecen en revistas de México, Argentina, Colombia, Venezuela, España y Portugal.

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